la astrología representa la suma de todas
las nociones psicológicas de la antigüedad”
C.G.Jung
Desde hace miles de años la astrología y su simbolismo perdura en la sociedad humana. En el siglo XVIII la “Diosa Razón” entró en escena, y desde entonces la ciencia se ha abierto paso hasta alcanzar el predominio en nuestro mundo actual, sin embargo, es sorprendente observar como la astrología y otras artes afines gozan cada vez de más seguidores y no solo resisten y perduran entre nosotros sino que ganan terreno. Algo debe haber en ellas de cierto para que esto sea así. El hombre es un “animal simbólico”. La necesidad de encontrar sentido y profundidad a la vida es algo que nos acompaña desde tiempos inmemoriales. Si nos paramos a escuchar nuestro interior, allí en el fondo hay un llamado a comprender nuestra existencia.
Si estamos tiempo lejos de nuestra tierra natal hay algo en nosotros que necesita reactualizar su vivencia. Es el sentimiento de autoctonía que diría Mircea Eliade. Asimismo, aniversario tras aniversario, celebramos el día en que este mundo nos vio nacer. En el fondo hay un anhelo inconsciente (o no) de volver a nacer, de recrear nuestro mundo particular, en definitiva de reactualizar el “mito de nuestro nacimiento” Y, por cierto, los elementos necesarios para calcular una carta astral son el lugar que nos vio nacer y el momento temporal concreto del parto. Según el parecer de Jung “el tiempo contiene cualidades o condiciones fundamentales que se pueden manifestar….lo que ha nacido o sido creado en este momento del tiempo, tiene la cualidad de este momento”. Es la qualitas occulta del momento de tiempo que también encontramos expresada cuando acaece un hexagrama del I Ching.
Curiosa la expresión “dar a luz” que empleamos para el parto. De entrada, uno piensa en que se pasa de un lugar oscuro (el útero) a un lugar luminoso (el exterior). Desde siempre la luz nos llega desde las estrellas (recordemos que el sol también lo es). No obstante, en mi opinión, la expresión “dar a luz” también puede entenderse en otro sentido: Se está dando una luz, el bebé es una luz que nace, que alumbra el mundo al mismo tiempo que recibe la luz del universo. Estamos hechos de la misma substancia del universo, somos polvo de estrellas, en cada uno de nosotros, oculta, hay una luz que brilla (llamémosle, si-mismo, atman, mónada, scintillae, lumen naturae...). En realidad ello alude a un “cielo interior” del que ya Paracelso nos hablaba. No es el cielo exterior el que nos influye en el sentido astrológico sino que el cielo exterior es un reflejo de nuestro “cielo interior”. Según Jung la idea más capital y querida de Paracelso era su doctrina del “Astrum in corpore”, en la que el hombre es un microcosmos, un cielo endosomático que está en relación con el macrocosmos.
Jung propone una visión basada en la sincronicidad y ello posibilita que la astrología nos muestre cómo los arquetipos están presentes en nuestras vidas desde nuestro interior, desde el mundo inconsciente. Y no de cualquier manera, sino en un orden, condicionante sólo en la medida de aquello que expresó Jung: “cuando un suceso interno no se hace consciente, entonces acaece externamente como destino”. Y precisamente en ese”hacer consciente” nos introduce la astrología. La astrología nos muestra una predisposición arquetípica individual que ya viene con nosotros, no como hechos concretos sino como posibilidades que pueden o no expresarse y si lo hacen no sabemos en que nivel del símbolo lo harán. Una carta astral es un diálogo entre aquellos dioses arquetípicos que nos habitan. La astrología, bien enfocada, permite que participemos en ese diálogo y nos abre las puertas a un conocimiento frecuentemente insospechado de nosotros mismos.
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